Mucho ruido y pocas nueces

29 octubre 2015

Entre toda la producción teatral de William Shakespeare, enormemente variada y de una calidad incuestionable, destaca su comedia romántica «Much ado about nothing» (1599), una de sus obras «ligeras» más redondas y seguramente la que mejor ejemplifica el ideal hedonista del Renacimiento, ese deseo de vivir por y para el amor y el placer a pesar de todas las dificultades que las relaciones entre hombres y mujeres conllevan.

Mucho ruido y pocas nueces (1993) de Kenneth Branagh

La trama, basada seguramente en un relato breve del novelista italiano del siglo XVI Mateo Bandello, explica lo sucedido durante unos pocos días de verano en Mesina (Sicilia), donde han ido a descansar unos nobles españoles invitados por el Gobernador de la ciudad, Leonato. Es fácil de seguir y está centrada en una doble relación amorosa, la que se establece entre Hero y Claudio por un lado y la que, a trancas y barrancas, se produce entre Beatrice y Benedicto, ambos mordaces y escépticos, ambos orgullosos y reacios -al menos en principio- al matrimonio y tan racionales y discretos en sus razonamientos que simplemente se niegan a dejarse arrastrar por su parte más «animal» o apasionada, por sus sentimientos más íntimos.

Al tema principal se suman los diversos contratiempos producidos por una parte por los engaños, los celos y la desconfianza propios del proceso de enamoramiento, y por otro la sed de venganza que inunda el corazón del perverso Don Juan, hermano del Príncipe de Aragón Don Pedro, ya que recientemente ha perdido su favor y de siempre ha estado carcomido por la envidia y el odio.

El conjunto contiene muchas escenas memorables: la llegada de los soldados, el baile de máscaras, el enamoramiento por separado entre Beatrice y Benedicto, provocado por un truco simultáneo de sus amigos, la ronda de los vigilantes, la boda aplazada… Y en todas ellas destaca, junto a la fuerza del amor y muy por encima del resto de temas, el concepto de engaño, revestido en ocasiones bajo el ropaje de la mentira, del truco, de la desconfianza, de la decepción, de la falsedad, de la hipocresía, de la infidelidad o de la traición. Una idea en este caso muy barroca y que resulta, sin embargo, compensada por el final esperanzado y feliz sin matices de la obra.

El lenguaje es un tanto enrevesado, por lo que puede despistar al principio al espectador poco atento, pero enseguida nos cautiva por su calidez, por la belleza de las frases que enlazan sin tregua los personajes y por la música general del discurso. El texto en conjunto sólo puede calificarse de magnífico, ingenioso, abundante en profundas meditaciones sobre el honor o la vergüenza, y muy rico en sentencias, giros y metáforas. Todo ello muy del gusto del Barroco europeo, de ese periodo magnífico que corresponde a la literatura clásica de Inglaterra, pero también de Francia o España.

Otro aspecto curioso de la obra es lo que suele llamarse el «comic relief» de Shakespeare o «contrapunto cómico«, un recurso típico del teatro clásico europeo en el que la trama seria principal, protagonizada por nobles que utilizan un registro elevado y palabras cuidadosamente escogidas, está veteada por escenas hilarantes protagonizadas por personajes rudos y vulgares -como los vigilantes del palacio del Príncipe-. En el TNC la gestualidad de clown y la comicidad disparatada de los actores que interpretaron la detención y el juicio a Borachio, el criado traidor, resultaron verdaderamente divertidas.

En conclusión, «Mucho ruido y pocas nueces» sigue siendo hoy, al menos en la brillante versión que hemos visto esta semana en el TNC, con traducción de Salvador Oliva y dirección de Àngel Llàcer, lo que era a inicios del siglo XVII: un puro divertimento, una historia galante y ágil en su desarrollo que desprende una inmensa alegría vital. Y este «Molt soroll per a no res» destaca aún más ese optimismo y esa sensualidad originales utilizando un vestuario colorista, una escenografía cuidadísima y toda una serie de canciones en directo de Cole Porter e Irving Berling que le dan el toque necesario para convertirlo en un espectáculo completo y variado al modo de los clásicos musicales americanos de los años 30 y 40. Pensemos en temas tan conocidos como «Night and day«, «Let’s do it. Let’s fall in love«, «Begin the beguine» o «Cheek to cheek» que son ya universales.

Cheek to Cheek de Irving Berling, con Fred Astaire y Ginger Rogers

Este recurso de introducir una trama teatral (o cinematográfica) dentro del teatro  no resulta demasiado original a estas alturas -de hecho, ya lo hizo el mismo Branagh en el año 2000 con otra comedia de Shakespeare- e incluso puede confundir al espectador en ocasiones, pero sí que sirve para darle a la obra una ambientación muy atractiva.

Como en clase estamos mirando la brillante adaptación cinematográfica de la obra que hizo el actor y director británico Kenneth Branagh en 1993, más fidedigna en su ambientación que la del TNC (un típico palazzo del sur de Italia en pleno siglo XVI, cuando esta zona del mundo formaba parte de la Corona de Aragón), creo que resultará interesante comparar una y otra y comentarlas resaltando similitudes y diferencias.

OTROS ENLACES DE INTERÉS

  • Una buena reseña de esa película de Kennet Branagh en que adapta otra divertida comedia de Shakespeare: «Labour’s lost works» (Trabajos de amor perdidos). En ella Branagh ya empleó el género musical y las canciones de Cole Porter como ambientación moderna de la obra. En este caso es un rey de Navarra el que empieza la obra retirándose a vivir sin amor femenino, pero rodeado de buenos amigos. Y todo funciona hasta que llega a la corte una princesa francesa con sus damas y claro, tan apuestos caballeros no pueden evitar sentirse atraídos por tan bellas mujeres…
  • Una lista de 10 excelentes adaptaciones al cine de obras de Shakespeare. Todas brillantes y merecedoras de una tarde frente a la pantalla.
  • El poema Sigh no more («Niñas, no sufráis») que se recita al principio del film y se canta dos veces más durante la película, una por el juglar Baltasar y otra a coro como conclusión, de modo que sirve de final apoteósico. La letra en castellano, aproximadamente, sería esta:

No sufráis

No sufráis,

niñas.

No sufráis.

Que el hombre es un farsante.

Un pie en la tierra,

otro en el mar.

Jamás será constante.

¿Por qué sufrir?

¡Dejadles ir!

Y disfrutad

la vida.

Vuestros suspiros convertid

en cantos de alegría.

No cantéis,

niñas.

No cantéis lamentos

de infortunio.

El hombre falso siempre fue

desde que el mundo es mundo.

¿Por qué sufrir?

¡Dejadles ir!

Y disfrutad la vida.

Vuestros suspiros

deberéis convertir

en cantos de alegría.